El birdie en el 18 de Michael Robinson

Imagino ahora mismo ese partido imposible con el entrañable Paco Valera, el carisma de Seve Ballesteros y la clase de Michael Robinson. Lo bueno de la eternidad es que no hay prisa y podrían pasar las horas en torno al hoyo 19 con las historias de ‘El inglés’ hablando con pasión de deporte, de golf, de la vida y de la muerte.

El golf me acercó a Michael Robinson como a tantos otros, pero aún sin saberlo, está unión sería determinante para mi vida. La primera vez que vi a Michael fue en un hotel de la calle Orense. Yo acaba de empezar; mi vida profesional en Madrid, el periodismo y Michael tuvo la generosidad de citarme allí para que pudiera entrevistarle para una revista. Recuerdo que los 10 minutos que le solicité con pudor, se convirtieron en casi dos horas. Y mi timidez inicial tornó, con el paso del tiempo y la ginebra, en casi amistad fraternal. Aquello fue más producto la ingesta etílica, casi no bebía y entonces no me gustaba la ginebra, pero me pareció una descortesía no acompañar a mi entrevistado. Honestamente, no recuerdo mucho de lo que hablamos, pero sí los esfuerzos por no dar un trapiés y parecer gilipollas cuando me levanté de la mesa, y el horror cuando llegue a casa y me percaté que nunca encendí la grabadora. Fruto de nuestro primer encuentro quedaron unos cuantos garabatos ilegibles y un poco de resaca. Tuve que llamarle por teléfono días más tarde.

Viaje a Augusta National

Lo siguientes encuentros con Michael ya fueron trabajando en Canal+. Sin yo saberlo, él fue el culpable de que me pusiera por primera vez delante del micrófono para hacer el Buick Invitational en enero de 2002, torneo que ganó José María Olazábal. Recuerdo su llamada para felicitarme, sus sabios consejos, y como me contaría más tarde Carlos Martínez, fue Michael Robinson el que decidió apostar por mí, tras la lamentable prueba de locución que hice en Torre Picasso. «Me gusta, es diferente», dijo entonces con su acento característico. Y así empezó todo.

Los años nos llevarían a compartir conversaciones en Tres Cantos, batallas de golf y admiración, mucha admiración. Quizás ese el sentimiento principal que Michael más despertaba. Uno de los recuerdos más vivos que tengo es cuando coincidimos en maquillaje tras su viaje a Augusta National y me contó con esa pasión, que solo él era capaz de trasmitir, su ronda de golf en el campo sede del Masters de Augusta. Seve ya enfermo decidió hacerle un regalo a su amigo que recordaría de por vida. «Seve llamó al club y arregló todo para que en febrero de 2010 pudiéramos ir a jugar Augusta National», recuerda Ivan Ballesteros, sobrino de Seve y su manager en la última etapa. Fue un viaje de tres días donde jugaron Augusta National y otro campo cercano. Jeff Knox, socio, handicap muy bajo, que acostumbra a jugar de marcador en el Masters cuando algún partido se queda ‘cojo’, fue encargado de recibirles. «Michael aquí tienes un informe Robinson», bromeaba Ivan Ballesteros grabando con su teléfono la entrada por Magnolia Lane. «Michael se fijaba en todos los detalles y disfrutó de cada segundo en Augusta National», recuerda Ivan. Michael terminó con birdie en el complicado hoyo 18 de Augusta National, aún recuerdo su narración pormenorizada del momento. Michael además tuvo gran culpa de la creación de un evento como el Seve Trophy, tristemente desaparecido. «Tenía muchas virtudes pero como amigo me quedo con su honradez, lealtad y nobleza, eran únicas», concluye emocionado Ivan desde Hong Kong, recordando a su gran amigo Robin.

En mi caso, cuando salí de Movistar perdí el contacto con Michael, que recuperamos al hacerse pública su enfermedad. Le escribía algún mensaje que siempre respondía con cariño y su exquisita educación británica. «Gracias Michael», le contesté por última vez.