‘Mi padre me hizo un tramposo’

Testimonios reales

Es una historia tan real como anónima, anónima porque no recuerdo su nombre, ni siquiera su aspecto, igual él mismo se identifica cuando lea este artículo, pero no creo que lo lea, de hecho no creo que siga jugando al golf, es más, creo que odia al golf.

La escena me sucedió a finales de los años 90 en un campeonato de España de cadete-junior que se jugó en Costa Dorada. Allí acudí con un grupo de amigos de la Federación de Castilla y León como Mario Chousa, Ismael del Castillo o Dani Guerra, ahora todos profesionales, mis expectativas eran nulas en lo deportivo y así fue: me vi compitiendo el último día para evitar el farolillo rojo.

A uno de mis compañeros de partido le mal acompañaba su padre, recuerdo varios episodios desagradables antes de que su padre se marchara a la casa-club frustrado por el mal juego de su pequeño. Hasta ahí, todo desgraciadamente normal, es una escena que he visto en muchas ocasiones en incluso sufrí en mis propias carnes. Creo que hay dos síndromes perjudiciales en la relación paterno filial que he ido identificando con el paso de los años, el síndrome Pantoja, o acompañamiento intenso y activo en toda la vida golfista de tu hijo, los padres son como un palo más en la bolsa de sus hijos, les corrigen, les aconsejan e incluso les alinean en cada golpe, generándose así une dependencia absoluta; y el síndrome Woods, que consiste en el convencimiento irreal que tu hijo tiene talento y que será el protagonista de la Ryder Cup de 2032. En ambos roles, todo desemboca en una desmedida presión a los niños.

Volviendo a Tarragona y a la parte dramática de la historia, recuerdo recorriendo el último fairway cuando aquel niño ya desamparado sin la presencia de su padre y descompuesto por su horrible resultado, se me acercó con los ojos llorosos y me pidió si no me importaría quitarle un par de golpes de la tarjeta. «Es por mi padre, no sabes la que me espera…» imploraba ante mi silencio. Probablemente los dos cerraríamos la clasificación y dos golpes no tenían trascendencia. Me quedé mudo y no supe ni acerté a dar una respuesta, simplemente bajé la cabeza y me fui a mi bola. Sinceramente me dejó tocado aquella súplica desesperada, ese chico no era un tramposo, pero seguramente ya sabía lo que era burlar al reglamente por acallar la ira de su padre. No hubo más conversación al respecto, firmamos la tarjeta, nos dimos la mano y él se marchó tirando de sus palos para enfrentarse con su realidad.

No hay que irse tan lejos ni tan abajo, el año pasado en un torneo del Challenge Tour fui complice de una escena en la que un jovencísimo jugador coreano recibía un tremendo varillazo de su padre que le hacía de caddie tras fallar el putt. El incidente terminó en investigación por parte del Circuito y espero que se resolviera con sanción.