Si en la vida es jodido hacer 12 cosas bien, imaginaos lo que es ganar el mismo torneo cada temporada con los mejores, y así durante 12 años, uno detrás de otro. De locos. Nunca en la historia nadie ha ganado un major de golf más tres años consecutivos. Y la racha de victorias consecutivas en torneos regulares asciende a cinco; por ejemplo Gary Player dominó el Open de Sudáfrica desde 1965 hasta el 1969. Mohamed Said Moussa logró 10 victorias consecutivas del Open de Egipto desde 1967 a 1978 y es la referencia más cercana que he encontrado, pero con todos mis respetos para Mohamed, su competencia no debería ser tan feroz como los Federer o Djokovic de turno.
Siempre he sostenido que para ser número uno de algo, hay que tener una buena dosis de hijoputismo y Nadal lo explota en la pista y es un tío extraordinario fuera de ella. Tuve la suerte le conocerle hace unos siete años y quiero compartir la apabullaste normalidad de un ser extraterrestre. Lluis, un buen amigo común que entonces trabajaba en el campo de golf mallorquín donde Rafa practicaba más asiduamente su golf, le habló de nuestra amistad. Nadal, fiel aficionado y seguidor de las retransmisiones de golf que narraba yo por entonces, le planteó jugar un partido juntos. Luis me llamó una mañana y al otro lado del teléfono sonó la voz de Don Rafael Nadal. Aluciné. Fijamos una fecha, pero lamentablemente el trabajo frustró mi primer viaje a Mallorca y la posibilidad de conocer en persona a un ídolo. Llamé a Lluis para que transmitiera a Rafa mi desgracia, con la sensación de haber perdido una oportunidad única en mi vida y de parecer un verdadero gilipollas.
Al cabo de las semanas mi teléfono volvió a sonar, y Lluis repitió la operación, en esta ocasión pude cumplir mi compromiso y allí estaba yo una tarde de abril tarareando el pegadizo tema de Los Mismos: -«será maravilloso…viajar hasta Mallorca….».
18 hoyos y sobrasada con Rafa
Rafa tardó en llegar al club, apuraba su entrenamiento en una pista de tenis cercana al campo de golf. Amable, cariñoso, sencillo y sobre todo muy competitivo. Me ganó, ganó a todos los que compartíamos una pequeña pull, pegando drives descomunales y golpes de recuperación imposibles, todo, con ese recortado y heterodoxo swing y un handicap 5 que manejaba. Entonces pensé que nunca había visto sacar tanto rendimiento a un swing así y que su grado de mejora sería utópico. Rafa en la actualidad ronda el handicap 1. Yo, que por entonces tenía 3, no cumplo en la actualidad un handicap 6. En el hoyo 19 degustamos sobrasada casera que ellos mismos trajeron y salimos del club ya de noche cerrada con una cariñosa despedida:
-Te sigo en la tele-, qué osadía, viniendo de Rafa Nadal. No puede articular contestación.
Con el tiempo mantuvimos el contacto. Intenté que participara en el documental ‘El Milagro de Medinah’ por los cauces habituales, sin demasiado éxito. «Lo siento siento pero Nadal solo participa en cuestiones relacionadas con el tenis», una respuesta bastante coherente de su equipo de comunicación, pero insuficiente para mi ego de periodista testarudo. Acudí a la fuente directa y apenas tardó unas horas en concretar una cita; «ven el jueves a Valencia y te doy unos minutos». Rafa me reconoció que lloró en el desenlace de Medinah con su buen amigo Olazábal de capitán.
El sexto Roland Garros
En pleno Roland Garros de 2013 y hablando con un amigo común le comenté la ilusión que me hacía algún día ver a Rafa en directo; el día antes de la semifinal estaba cogiendo un avión a Paris. Vivir aquella semifinal épica frente a Djokovic o la final con Ferrer desde su palco es una de las experiencias que me guardo de por vida. Aquel fue el sexto Roland Garros de Rafa Nadal, jamás hubiera pensando que todavía le quedarían seis más por ganar.