Era el año 1974. El último recuerdo del Us Open fue como Johnnie Miller humilló el torneo más duro del mundo en Oakmont, uno de los buques insignia de dureza para la USGA. Miller se llevó el torneo de 1973 con una vuelta final de 63 golpes. Hubo que esperar 12 meses para la venganza de la USGA. Un torneo el de 1974, que pasó a la historia como ‘La Masacre de Winged Foot’.
Sandy Tatum sólo fue presidente de la USGA dos años, suficientes para pasar a la historia como el artífice de la preparación del campo más dura que se recuerda. La directrices eran claras; rough alto y espeso. El jugador Steve Melnyk recuerda como en la última vuelta de practicas salió del hoyo 10 con seis bolas, siete hoyos y medio más tarde tuvo que mandar a su caddie a conseguir más. Greenes durísimos: Jack Nicklaus llegó a asegurar que un coche podía pasar perfectamente por encima de su superficie sin hacer marca alguna.
Hale Irwing terminaría ganado con un resultado total de +7, el corte se estableció en +13. “No estamos intentando humillar a los mejores jugadores del mundo, simplemente queremos identificarlos”, se defendió Sandy Tatum durante el transcurso de la Masacre de Winged Foot.
La USGA pretende en la edición de este año recobrar parte de la identidad de dureza que se perdió el año pasado con las exhibición de Brooks Koepka, pero confiemos que no se superen los límites que sí se traspasaron en aquella mítica edición de 1974 o la última vez que el US Open visitó Shinnecock Hills en 2004. Pero la pregunta es la siguiente: ¿es agradable para el público ver un torneo con estas características?. ¿Preferirías un US Open como el del año pasado con birdies y buen juego o un torneo plagado de sufrimiento y bogeys?. Yo la respuesta la tengo clara; y apelo al sabio refranero castellano; ‘una vez al año, no hace daño’.