Antes de que los puristas del golf se ofendan por el titular de este artículo, vaya por delante que tenemos claro lo que es el golf y lo que representa. Y por eso lo amamos tanto.
Todos estamos de acuerdo en que el golf es, junto con el rugby y algún otro deporte suelto, la corrección absoluta. Los valores que se inculcan desde pequeños a todos los jugadores, hacen de este deporte un sitio en el que rara vez hay una palabra más alta que otra, un gesto feo hacia otro competidor o una celebración que pueda sentar mal a alguien. Para eso están otros deportes, ni mejores ni peores, simplemente diferentes.
Bien, pues todo eso se olvida durante tres días cada dos años, pero no lo veamos como algo malo, puesto que el respeto sigue estando presente, al menos en el 99% de las ocasiones. La Ryder Cup es una competición en la que el golf se quita ese traje de persona estirada, con perdón si alguien se ofende, para volverse mucho más humano, dejando fluir las emociones y conectando con una manera de ser más habitual de otros deportes y que hacen tan especial a esta competición.
Obviamente, los primeros en entenderlo de esta manera son los propios jugadores, que aunque parezca que se dejan llevar y pueden volverse demasiado primarios, rara vez pierden el respeto hacia el rival, aunque le pongan mucho picante a la situación. Y esto debemos tenerlo claro los aficionados, que quizás somos los que, a veces, no sabemos diferenciar y poner el límite, tanto por el bando europeo como por el americano. Ni hay que demonizar a Patrick Reed por mandar callar, ni hay que llegar a insultar al rival como ha pasado en más de una Ryder, especialmente en suelo americano. Está claro que el público que lo vive in situ corre el riesgo de venirse muy arriba por culpa del alcohol, pero jamás debe cruzarse esa línea.
Ejemplos hay miles, pero si hay 80 segundos que resumen a la perfección lo que es la Ryder Cup son los que se vivieron en la última Ryder Cup de Hazeltine 2016 durante el duelo de individuales Patrick Reed vs Rory McIlroy.
El norirlandés mete un putt increíble y se dirige al público rival (y al equipo americano) con un “¡ahora no os oigo!”, para que acto seguido, Reed conteste como sólo él sabe, con un gran putt y un gesto de negación hacia McIlroy, algo así cómo “eso en mi casa no se hace”. Seguro que muchos pensaron que se acababan de faltar al respeto, pero nada más lejos de la realidad, pues ambos se chocaron el puño y siguieron jugando. Y ellos mismos hablan de ese momento como uno de los mejores de sus carreras.
Son tres días cada dos años, es una competición que pone a millones de golfistas y no golfistas delante del televisor, dos equipos cuyos miembros son amigos 365 días al año menos esta semana. No queramos ver fantasmas donde no los hay y dediquémonos a disfrutar y vivir intensamente esta bendita competición. ¡Viva la Ryder Cup!