Fue uno de esos días extraños, los 66 golpes (-5) de Ricky Fowler en la primera jornada del Phoenix Open no provocaron ninguna sensación. Hoy el golf era más secundario que nunca. En la grada debería haber estado el pequeño Griffin Connell.
Se conocieron hace cinco años, cuando el pequeño Griffin tenía solo dos años y ya peleaba contra un extraño desorden respiratorio. Desde entonces no sólo se hicieron amigos sino que cada uno y sin saberlo se convirtió en modelo y referencia del otro. Fowler para Griffin por su forma de jugar al golf, su simpatía, sus colores naranjas casi fluorescentes, su presencia…y Griffin para Fowler por el valor de enfrentarse a tantas operaciones y no perder la sonrisa, por la capacidad de lucha sin bajar la cabeza. Desde entonces fueron continuos los emails, mensajes hasta que llegaba la ansiada última semana de enero donde cada año los dos amigos se reunían.
Ayer Griffin no estaba en la galería ni lo estará más. El pasado 23 de enero su enfermedad se lo llevó solo unos días antes de poder chocar los cinco con su entrañable amigo Fowler, aunque estuvo presente en cada golpe de Ricky que quiso homenajear al pequeño llevando su imagen en un pin colocado en la gorra.