Y ahora…¿por dónde subo el palo?

Siendo un niño, cuando mi cabeza aún fantaseaba con ser jugador de golf, recuerdo haberme empapado de las cuatro dimensiones del golf. La escuela del gran Arruti y el golf que se acababa en la cara del palo, linea del swing, ángulo de ataque y velocidad. No había más allá. Sin embargo John Jacobs, precursor de todo este movimiento a veces daba clase sentado en una silla solo concentrado en la bola; «su vuelo lo rebela todo», decía…años atrás hacía lo mismo el mítico Tommy Armour con una pequeña diferencia, además de la silla, siempre le acompañaba un buen whisky escocés.

Algunos de mis profesores me inculcaron las dimensiones como una cuestión de fe, y yo tenía mis ratos de lucha interna donde me rebelaba, mi cabeza no asumía que un deporte tan complejo pudiera limitarse a cuatro factores aparentemente tan simples. La enseñanza ha cambiado mucho desde entonces, aunque los swings quizás no tanto.

El domingo mágico de Rahm

La tarde del domingo pasado nos regaló una exhibición de la bestia de Barrika, Jon Rahm no dejó títere con cabeza en Irlanda. Una y otra vez ese swing tan compacto, tan corto, tan efectivo, iba martilleando las banderas «el golf tiende a eso ahora», me decía meses atrás un prestigioso profesor, «hay menos margen de error bajo presión». El swing de Rahm es muy personal y difícil de imitar, sobre todo porque para llegar a su efectividad igual hay que medir cerca de 190 centímetros y pesar 100 kilos.

Aquellos que han buscado otro camino, distinto al tradicional fueron en la mayor parte de los casos incomprendidos, recuerdo a Moe Norman. Jim Furyk se ganó el crédito y respeto base de victorias y un major, aunque por el camino tuvo que aguantar que prestigiosos analistas compararon su swing con un pulpo encerrado en una cabina de teléfono. Muchos pronosticaban que Jon Daly no llegaría a viejo jugando al golf, y quizás no se equivocaban pero no a causa de ese overswing tremendo sino tal vez a los malos hábitos de fuera de las cuerdas.

Matthew Wolff, la nueva revolución

Imagino que a esta alturas habrá unos niños o mayores en las canchas de prácticas de Dios exagerando la subida del palo a siniestras o sacando rodilla izquierda buscando emular al niño lobo que asombró al PGA Tour el pasado domingo. Su victoria es lo más apasionante que le ha pasado al golf en muchos tiempo. La fiebre de los niños vestidos de butaneros en los campos de golf tiene sus días contados, olvidarán a Fowler y aullarán a la luna, y pedirán a sus profesores subir el palo como Matthew Wolff. Quieren hacer backspins de cinco metros y superar las 300 yardas con la madera 3. Al golf le hace mucha falta gente como Wolff.

«La fiebre de los niños vestidos de butaneros en los campos de golf tiene sus días contados, olvidarán a Fowler y aullarán a la luna, y pedirán a sus profesores subir el palo como Matthew Wolff».

Hasta el domingo, pocos tomaban enserio a Wolff, un buen jugador sí, incluso un buen amateur, «veremos que pase cuando se esté jugando el pan». Y a la cuarta: campanada; victoria, exención para el Masters 2020, The Players, Tournament of Champions, etc… y unos cuentos expertos empezarán a estudiar su vilipendiado swing en busca una explicación lógica, de una causa y efecto, destacando el mérito y lo efectivo que es. Todo el crédito a George Gankas su entrenador de toda la vida que tuvo’ los santos bemoles’ de creer y apostar en ese movimiento. Wolff ganó con eagle en el 18 ante la cara de incredulidad de Bryson Dechambeu, uno de los jugadores más exóticos que tras el aire fresco de Wolff parece incluso anticuado. No voy a hacer pronósticos sobre la carrera de Wolff ni como será la enseñanza dentro de unos años, solo se que cuantos más años pasan y más conozco este deporte, más apasionante me parece.